Una entre 350.000. Esas son las probabilidades que tiene una persona de nacer sin brazos por una malformación que todavía no tiene explicación médica. A Matt Stutzman (Kansas, 10-12-1982) le tocó el boleto. Y sus padres no quisieron el premio. Lo dieron en adopción a los cuatro meses y fue acogido por una familia que fijó su posición ante la vida. Pudiendo adecuar la casa a su capacidad, decidieron que fuera él quien se adaptara al mundo. Y el norteamericano creció con la idea de que no le faltaba nada. Este lunes estuvo cerca de llevarse el oro, pero la plata en sus primeros Juegos Paralímpicos demostró que todo está al alcance de sus pies.
Creció en una granja en Kalona (Iowa) ayudando igual que sus hermanos, jugó con ellos a baloncesto, voleibol, fútbol... Y a pesar de contar con las prótesis en sus brazos, en la escuela donde su padre era el director, situaron su pupitre en el suelo y sus pies comenzaron a ser como las manos de un pianista: ágiles, fuertes, precisos. Le gustaba la caza y descubrió que podía hacerle un agujero a una moneda a 50 metros. Se interesó por el arco y su padre, fiel a la educación que quería inculcar, le pagó solo la mitad, Matt debía pagar el resto. Se enfrentó a la vida social donde solo se encontró miradas de sorpresa y decepciones, una negativa detrás de otra en cualquier trabajo. Pero Matt sabía hacer de todo, desde cambiar una rueda de bicicleta a vender coches usados. El arco fue suyo.
Mientras afinaba su puntería en campeonatos provinciales y nacionales, se enfrentó al siempre sobreprotector sistema estadounidense que solo veía en él un discapacitado. Le prohibieron durante mucho tiempo sacarse el carné de conducir. Pero creció en un entorno en el que la libertad para intentarlo todo era infinita. Su pie izquierdo maneja los pedales, el derecho, el volante y las luces. Sus hijos, Carter y Cameron, nunca llegan tarde al colegio cuando los lleva su padre.
De su afición por la caza con arco, a la plata lograda en Londres, en sus primeros Juegos Paralímpicos donde se ha ganado el cariño de todos. Su aplauso fue el más largo porque se empeñó en hacer reír a la gente. Ondeó la bandera americana que llevaba en la boca e hizo malabares con los pies para coger el ramo de flores que le ofrecían tras la medalla. Atento con todos, sonriente y divertido, todo son elogios para un hombre prodigioso que carga el arco con los pies, tensa la cuerda con la pierna y dispara con la boca con puntería milimétrica. Efectivamente, es uno entre 350.000.
Vuelta a la vida y diploma
«Es un prodigio. Es increíble lo que hace, la calidad técnica que tiene, su fuerza en los pies y en la espalda para mantener el equilibrio y la atención en la diana», son palabras de elogio de Guillermo Rodríguez, su rival en las semifinales que ha sucumbido ante sus nervios y la perfección sin brazos.
Rodríguez (Narón, 7-2-1960) tiene paralizadas las piernas de cintura para abajo. Enfermero de la marina, siempre se mantuvo en forma practicando mil deportes a un buen nivel. Pero en 2002, llegaba con su ambulancia para socorrer un accidente y el camión de explosivos que iba delante explotó, haciendo que Rodríguez chocara contra él. A punto estuvo de quedarse sin piernas. Las mantiene, pero llenas de señales que le recuerdan que podía haber muerto. Un hierro le recorre el fémur desde la cadera hasta la rodilla y una tobillera le une la pierna con el pie, incapaz por sí solo de moverse.
Son algunas de las consecuencias. Pero, a pesar de la pérdida de masa muscular de cintura para abajo, su tren superior se mantiene fuerte y coordinado. Fantástico para ser cuarto -diploma-, y luchar, de tu a tú, contra Stutzman. Dos prodigios del arco.
Creció en una granja en Kalona (Iowa) ayudando igual que sus hermanos, jugó con ellos a baloncesto, voleibol, fútbol... Y a pesar de contar con las prótesis en sus brazos, en la escuela donde su padre era el director, situaron su pupitre en el suelo y sus pies comenzaron a ser como las manos de un pianista: ágiles, fuertes, precisos. Le gustaba la caza y descubrió que podía hacerle un agujero a una moneda a 50 metros. Se interesó por el arco y su padre, fiel a la educación que quería inculcar, le pagó solo la mitad, Matt debía pagar el resto. Se enfrentó a la vida social donde solo se encontró miradas de sorpresa y decepciones, una negativa detrás de otra en cualquier trabajo. Pero Matt sabía hacer de todo, desde cambiar una rueda de bicicleta a vender coches usados. El arco fue suyo.
Mientras afinaba su puntería en campeonatos provinciales y nacionales, se enfrentó al siempre sobreprotector sistema estadounidense que solo veía en él un discapacitado. Le prohibieron durante mucho tiempo sacarse el carné de conducir. Pero creció en un entorno en el que la libertad para intentarlo todo era infinita. Su pie izquierdo maneja los pedales, el derecho, el volante y las luces. Sus hijos, Carter y Cameron, nunca llegan tarde al colegio cuando los lleva su padre.
De su afición por la caza con arco, a la plata lograda en Londres, en sus primeros Juegos Paralímpicos donde se ha ganado el cariño de todos. Su aplauso fue el más largo porque se empeñó en hacer reír a la gente. Ondeó la bandera americana que llevaba en la boca e hizo malabares con los pies para coger el ramo de flores que le ofrecían tras la medalla. Atento con todos, sonriente y divertido, todo son elogios para un hombre prodigioso que carga el arco con los pies, tensa la cuerda con la pierna y dispara con la boca con puntería milimétrica. Efectivamente, es uno entre 350.000.
Vuelta a la vida y diploma
«Es un prodigio. Es increíble lo que hace, la calidad técnica que tiene, su fuerza en los pies y en la espalda para mantener el equilibrio y la atención en la diana», son palabras de elogio de Guillermo Rodríguez, su rival en las semifinales que ha sucumbido ante sus nervios y la perfección sin brazos.
Rodríguez (Narón, 7-2-1960) tiene paralizadas las piernas de cintura para abajo. Enfermero de la marina, siempre se mantuvo en forma practicando mil deportes a un buen nivel. Pero en 2002, llegaba con su ambulancia para socorrer un accidente y el camión de explosivos que iba delante explotó, haciendo que Rodríguez chocara contra él. A punto estuvo de quedarse sin piernas. Las mantiene, pero llenas de señales que le recuerdan que podía haber muerto. Un hierro le recorre el fémur desde la cadera hasta la rodilla y una tobillera le une la pierna con el pie, incapaz por sí solo de moverse.
Son algunas de las consecuencias. Pero, a pesar de la pérdida de masa muscular de cintura para abajo, su tren superior se mantiene fuerte y coordinado. Fantástico para ser cuarto -diploma-, y luchar, de tu a tú, contra Stutzman. Dos prodigios del arco.
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